“The assistant”, la cultura del silencio y el poder tóxico

“The assistant”, la cultura del silencio y el poder tóxico

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Querido Teo:

"The assistant" es una de las mejores películas de la temporada aunque los premios no lo hayan certificado así. La tan inteligente, descriptiva y pertinente cinta dirigida y escrita por Kitty Green se ha contentando con la nominación a mejor película en los premios Gotham y 3 nominaciones en los Independent Spirit Awards pero, por otra parte, no ha hecho más que recibir parabienes críticos entre los que han podido verla. En España ya está disponible a través de Filmin.

Jane es una joven que trabaja como asistente en una productora cinematográfica. Lleva sólo cinco semanas pero ya se ha convertido en una pieza indispensable que hace que todo funcione llevando la agenda y coordinando el día a día del que es su jefe, al cual no se le ve en ningún momento pero cuya voz y presencia sobrevuela la película provocando una sensación enfermiza y de toxicidad dejando clara sus artes de manipulación y extorsión.

La cinta supone toda una declaración de intenciones mostrando la que es una jornada de trabajo para una joven que aspira ser productora y que piensa que ha encontrado la oportunidad de su vida en Nueva York al estar cerca de gente poderosa y poder aprender del negocio pero no tarda mucho en comprobar que no es oro todo lo que reluce y que, a pesar de lo que ve e intuye, la ley del silencio y de agachar la cabeza es la que tendrá que seguir si quiere someterse a las reglas que marcan los que mandan.

A estas alturas ya habrás adivinado que la cinta no oculta su inspiración con el escándalo de Harvey Weinstein. Nunca se le ve ni se le menciona pero sí que se intuye ese respeto y temor que provoca en los que le rodean, así como el hecho de intentar escabullirse de las llamadas de su mujer teniendo la asistente que inventar excusas peregrinas, o los comentarios velados y miradas de complicidad que genera entre sus colaboradores cuando ficha como nueva asistente a una joven atractiva y sin preparación a la que conoció en un bar y a la que aloja en un hotel hasta que ésta encuentre casa en la gran ciudad.

“The assistant” muestra muy bien la cultura implícita del abuso centrada en el machismo y la cosificación, no sólo a un nivel sexual, sino a un ámbito laboral que lleva a aprovecharse tanto de hombres como de mujeres por una cuestión jerárquica. Jane quiere ser productora y si quiere cumplir ese sueño en una ciudad con tantas posibilidades como Nueva York sabe que tiene que sacrificar el cumpleaños de su padre, se le olvida felicitarle por teléfono, dedicar más horas que nadie a su trabajo y estar a disposición de lo que sea menester, tanto a la hora de conseguir un taxi  a su jefe como de hacerse cargo de los niños si van al despacho de su padre. Ni siquiera así asegura un puesto que puede ser amortizado en cualquier momento ante centenares de currículums que piden paso en un mercado laboral perverso en el que el efecto embudo provoca que la demanda sea tan alta que la oferta puede permitirse aprovecharse de la desesperación del personal para así contar con gente sumisa y poco contestataria.

“The assistant” no está sobreexplicada y expresa mucho a través de los silencios y las miradas de una Jane que ve chocar su ética con el muro de una cultura de empresa sustentada por los demás, bien como aliados o bien como participantes la ley del silencio. Tanto en unos directivos que se cubren entre ellos y que no pretenden sacrificar su estatus hasta los pobres asalariados de oficina que cargan sobre su espalda muchas horas, un trato basado en el desdén y lcon a máxima aspiración de que termine la jornada sin haberse llevado una bronca del jefe y poder irse con el amigo de turno al bar más cercano a emborracharse. Peor es el caso de una Jane que, en parte arrinconada por ser mujer en un entorno tan machista y también por querer agradar al ser la nueva, es la que trae los bocadillos a sus dos compañeros de despacho e incluso les pregunta por su fin de semana cuando ellos sólo acudirán a ella cuando tengan algún problema o para endosarle algún marrón del que se quieren desentender.

Kitty Green adopta un estilo minimalista y austero centrado en su protagonista, una estupenda Julia Garner que aúna estupor, fragilidad, intento de rebelarse y posterior resignarse, todo ello sin aparente esfuerzo en una interpretación sobria y matizada que confirma el talento de una actriz que ya ha ganado 2 Emmys por la serie “Ozark”. La cámara está siempre cerca de ella, centrándose en sus primeros planos, en las continuas llamadas telefónicas que tiene que hacer y siendo concreto en los detalles, como el hecho de que sea la primera en llegar todos los días a la oficina (y encienda las luces) o nadie repare en ella cuando se la cruzan en la cocina o en los pasillos. Una pieza más dentro de la cadena, importante para que todo funcione, pero impersonal y prescindible ya que si no es ella será otra quien haga su trabajo quedándose sólo dos opciones; comerse su orgullo y amargarse o abandonar porque no puede más con ese ambiente.

Un valiente retrato de la era #MeToo más documental que furibundo centrándose en los detalles y no en los alegatos, siendo más brillante cuando profundiza en las complejas capas y los cimientos que sustentan esas conductas de abuso que muchos conocen pero que se considera que es mejor guardar bajo la alfombra. Es lo que ocurre con esa reveladora conversación que tiene la protagonista con el Director de RRHH (Matthew Macfadyen) cuando se decide a visitarlo por la tarde en el otro edificio comprueba que, en realidad, más que alguien que escucha a los trabajadores lo que se encuentra es un trepa que con sonrisa y voz calmada lo que hace es mantener firme la red de ese “status quo” protegiendo al verdugo por el mero hecho de ser el jefe y tirando de chantaje sibilino para que nadie se salga del tiesto.

Es sorprendente como la película logra con suma sencillez hacer todo un retrato a través de una sola jornada laboral de la protagonista, no sólo de lo que ha salido a la luz con la fuerza del #MeToo, desatado a finales de 2017 con Harvey Weinstein como piedra de toque, sino de la situación de una sociedad marcada por la soledad, la precariedad laboral, la discriminación por sexo y la ambigüedad moral que lleva a que por un instinto de supervivencia nuestros valores choquen con el muro de la realidad no quedando otra que mirar hacia otro lado por una cuestión de supervivencia. Un terror cotidiano en el reino del depredador en el que uno se convierte en víctima o cómplice en función del lado al que se ve empujado por las circunstancias, conciencia y, por qué no decirlo, respaldo económico que le permita formar parte del juego o tener libertad para actuar en base a lo que uno siente de verdad.

“The assistant” no llega a hora y media y su simplicidad narrativa puede dejar a algunos fuera en un primer momento pero si hurgas un poco encuentras un gran retrato de nuestro tiempo y de la sociedad que se ha ido construyendo tras tantas décadas y que ahora, por mucho que se haga, no es tan fácil de revertir a la hora de asentar de nuevo las bases. Un clima opresivo y tóxico que se mueve en la incomodidad, angustia y dudas que se genera en la protagonista y que hace preguntarnos hasta qué punto hemos sido testigos de algo así y si con nuestros actos habremos contribuido o no a que este modo de actuar siga imperando entre las sombras del poder. Todo dejando bien claro el mensaje pero sin caer en lo explícito ni en el morbo.

Una cinta que crea su universo propio, sombrío y esquivo, en el que la forma de encarar el trabajo casi de manera autómata fulmina todo atisbo de empatía pero que, en verdad, aunque no queramos verlo, resulta más reconocible de lo que quisiéramos, lo cual termina siendo lo más inquietante de una propuesta inteligente y arriesgada que deja mal cuerpo sobre el mundo del que formamos parte y que es un dardo directo y certero que, sin hacer sangre, sí que da de pleno en el corazón de una industria de Hollywood que, como tantas otras, justificándose en la excéntrica personalidad del infractor, ha fomentado todo esto dinamitando cualquier escándalo porque se consideraba que era más importante salvar al sistema que a unas víctimas dañadas en mayor o menor medida y que, al menos, con nuevos aires y paradigmas, han encontrado vías, apoyo y fuerza para dejar claro que ya no es tiempo de callar.

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Nacho Gonzalo

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