"Oppenheimer"

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El argumento: En tiempos de guerra, el brillante físico estadounidense J. Robert Oppenheimer, al frente del Proyecto Manhattan, lidera los ensayos nucleares para construir la bomba atómica para su país. Impactado por su poder destructivo, Oppenheimer se cuestiona las consecuencias morales de su creación. Desde entonces y el resto de su vida, se opondría firmemente al uso de armas nucleares.

Conviene ver: "Oppenheimer" es un paso más dentro de la carrera de un director como Christopher Nolan, uno de los escasos reclamos que tiene el cine contemporáneo a la hora de favorecer que una cinta se vea en salas en la pantalla más grande posible. Un espectáculo pirotécnico, sólido y con empaque que además de tirar de grandilocuencia también apuesta por la contundencia como ejecución aunque a veces ello implique frialdad y densidad. No está ello exento en una película en la que adapta el premio Pulitzer de 2006 escrito por Kai Bird y Martin J. Sherwin y que se adentra en el contexto histórico que nos lleva a un Estados Unidos en tiempos de guerra que se encomienda a un científico para que, encabezando el Proyecto Manhattan, elabore una tecnología que ayude no sólo a tomar la delantera a alemanes, rusos o japoneses sino a terminar con la guerra definitiva, con todos los riesgos tanto prácticos como éticos de cara al devenir de la sociedad que se pretende construir con esa tecnología al alcance de los fines más aviesos.

Es por ello que la cinta brilla cuando se adentra en el thriller político (con un narrativa que la entronca con cintas como “Ciudadano Kane”, “Todos los hombres del presidente”, “J.F.K.: Caso abierto”, “Buenas noches y buena suerte” o “La red social” a la hora de reflexionar sobre las consecuencias que tiene ello para un país y un orden mundial), la intriga de espionajes y en las contradicciones y espíritu autodestructivo del hombre que propició todo ello que cuando se adentra en el biopic más tradicional y predecible en el que la acumulación de personajes no ayuda a que todo quede más disperso al igual que la relación que se establece entre Oppenheimer y las mujeres que marcaron su vida, su esposa y su amante, incidiendo en la habitual pereza, con la que el director aborda sus personajes femeninos a pesar del interesante equilibrio de amor, complicidad, sacrificio, compromiso profesional, activismo político y alma torturada que es propio de ambas y que sirven para mostrar algo de la personalidad de un científico que también es víctima de su ego y narcisismo, caracteres que le permiten potenciar un carácter obsesivo y metódico dedicado a la ciencia.

El director no juega esta vez con espacios temporales (“Origen”), una acción en tiempo real por tierra, mar y aire (“Dunkerque”) o la ciencia más laberíntica y existencialista (“Tenet”) ya que “Oppenheimer” es una película más accesible orientada al público tradicional, aquel que en el cine no renuncia al espectáculo siempre que haya buenos mimbres, en la que Christopher Nolan se aleja de la densidad de otros trabajos pero sin abandonar el humanismo a través de la empresa de un hombre vocacional y entregado que se enfrenta a las oscuridades de su propia creación, sufriendo además los desmanes de una sociedad que encumbra por interés y que con saña destruye y lleva al averno cuando encuentra algo que no encaja dentro del paradigma dominante y, sobre todo, se convierte en una molestia. Es el caso de un tipo que, si bien contribuyo con su talento científico a cumplir lo encomendado y crear una tecnología decisiva con fines pacíficos, no sólo vivió como se desvirtuó el uso de esa herramienta, sino también como se cernió sobre él la sombra de la sospecha y la paranoia cuando se le acusó de sus relaciones desde su juventud (y la de los suyos) con el partido comunista. Una Caza de Brujas impulsada por unos estamentos que prefieren construir una sociedad peor pero controladora aunque sea a base de ciudadanos que tienen que cumplir con lo establecido a base de miedo y que llevó a la caída del pedestal de un tipo que cumplió con creces para su país la misión que le fue encomendada y que a pesar de ser más antifascista que comunista, mencionándose sus donaciones para los refugiados de la Guerra Civil española, sufrió esos años de listas negras y pánico ideológico colectivo a las puertas de la Guerra Fría.

J. Robert Oppenheimer, discípulo de la rama de la ciencia centrada en la mecánica cuántica, se presenta como un Prometeo del siglo XX, tan verdugo como víctima, que jugando con los límites entre el bien y el mal con el fin de conseguir un bien mayor (terminar con el avance del nazismo a nivel mundial y como respuesta a la acción japonesa sufrida por Estados Unidos en la base de Pearl Harbor) fue presionado y acusado por los suyos que como tantos otros no encontró la paz en la vida, arrinconado por su propio gobierno cuando dejó de ser útil pero también atormentado por él mismo ante lo que había creado. Es por ello que la cinta juega con el blanco y negro (la acción y contexto real) y el color (desde la mente de su protagonista) como recurso narrativo en función de la perspectiva que se adopte con un guión que explora ambas vías hasta que se unan, la de un país que le encomienda uno de esos servicios trascendentales para la historia a base de empeño y orgullo por un lado frente a ese mismo Estados Unidos lleno de soberbia y odio que acusa sin reparo aunque sea con “fake news” haciendo crecer el miedo ante la población y en el que si no estás conmigo estás contra mí que en este caso se tradujo en Oppenheimer mostrando con vehemencia su postura en contra de la carrera nuclear y a favor del control armamentístico resultando incómodo para aquellos que querían hacer calar su mensaje de valores y gloria nacional y de cruzada ideológica contra los que eran señalados como enemigos.

“Oppenheimer” es una experiencia total aunque Christopher Nolan no juegue en la liga del blockbuster ni en la de la presión del logaritmo habiendo contado con una combinación de cámaras de 65mm e IMAX. Un trabajo enciclopédico formalmente y de profundidad psicológica a través de la cristalina y enigmática mirada y el físico de un científico abordado con sobriedad y aplomo por Cillian Murphy, mostrando una ambigüedad que va de la nobleza al ego, del orgullo al sentimiento de culpa, en su sexta colaboración con el director. Un tipo que es el mismo que tiene que enfrentarse no sólo a la complejidad y euforia que implica cada avance en el proyecto (auspiciado estratégicamente por el Pentágono y en la que Oppenheimer lidera un joven equipo que se dedica en cuerpo y alma a ello durante tres años en un pueblo construido a tal efecto en Los Álamos) que llega a su culmen en el ensayo definitivo en Nuevo México (prueba conocida como Trinity y que tuvo lugar el 16 de julio de 1945) sino posteriormente enfrentarse a un enjuiciamiento desde un cuartucho que le cuestiona y que no es más que un paripé pretendiendo revocarle su permiso como investigador. Un Oppenheimer que tiene que lidiar con sus miedos y autoengaños a través de sus propias visiones y miedos introduciendo en el mundo una creación tan trascendental que cambió los códigos internacionales para siempre tanto a nivel de política, ciencia y economía despojándonos de todo tipo de idealismo y convirtiendo esa arma en una herramienta para hacer negocio y para amenazar con ella con el saber científico al servicio de los poderosos y promoviendo con ello precisamente lo que quería evitar, la posibilidad de terminar con la humanidad.

“Oppenheimer” muestra (especialmente interesante para las nuevas generaciones) a lo largo de 15 años con solemnidad, sentido del tiempo, buena ambientación, ritmo incesante, diálogos inteligentes propios de Aaron Sorkin y una atmósfera conseguida el mundo del que venimos, marcado por la desconfianza y por los poderes fácticos en los que el atisbo de empatía es ilusorio ya que, aunque se vaya en contra de la energía nuclear, ésta sigue siendo en la actualidad una vía de explotación llenando kilómetros de plantas nucleares siempre como un riesgo latente de lo que puede venir y destruyendo la biodiversidad y una integridad que ya queda para los ideales de uno ya que con ello ni se come ni se prospera. Es por ello que el blanco y negro también emula a esa sociedad fantasmagórica en la que el pasado siempre está ahí condenando al diferente por una obsesión que se va propagando entre generaciones bien fuera en contra de los judíos, los comunistas o las minorías étnicas. Es en esa parte (con una tercera hora magistral) cuando la película encaja las piezas del puzzle y destaca mostrando los círculos y tejemanejes de poder que llevaron a actuar así, en pro del fanatismo, a presidentes como Truman y Eisenhower representado en ejecutores por acción o inanición como el, también contradictorio pasando del paternalismo a la virulencia, Lewis Strauss, que encarna con brillantez Robert Downey Jr. (volviendo a mostrar ese magnetismo que quedó perdido por la maquinaria Marvel los últimos 15 años) que desde el Comité de Energía Atómica de Estados Unidos, representando a toda la burocracia de las instituciones y corroído por la envidia y sentirse minusvalorado y humillado por la comunidad científica, primero amparó y después se enfrentó desde las sombras a Oppenheimer por el hecho de considerar que no materializar la bomba supondría una amenaza para la seguridad nacional por parte de la Unión Soviética y de Alemania que ya contaban con sus propios proyectos de desarrollo al respecto así como auspiciar la sombra de la sospecha que le consideraba un traidor a su patria por compartir información con comunistas y enemigos. Una Caza de Brujas que expía moralmente al personaje frente al espectador sin incidir en la hagiografía pero dejando patente como todos estamos a merced de los que tienen capacidad para marcar las narrativas que mueven al mundo.

“Oppenheimer” cuenta también con Emily Blunt, Matt Damon y Florence Pugh con personajes a los que no pueden sacar tanto partido, a pesar de ser de los más desarrollados de la cinta y que son de los pocos que ayudan a que el cegado protagonista pueda abrir los ojos tanto en lo bueno como en lo malo, aunque uno de los alicientes de la misma sea precisamente un desfile de rostros conocidos con el que Christopher Nolan confirma su predicamento con los actores, destacando los destellos de la escena magistral con el Harry S. Truman encarnado por Gary Oldman, la tensión que se respira en la escena con el personaje de Casey Affleck, la firme presencia de Jason Clarke como fiscal interrogador, la conciencia carismática de Alden Ehrenreich, o el revelador testimonio de Rami Malek, aunque Nolan juega con guiños tanto históricos (la aparición de Albert Einstein a cargo de un notable Tom Conti que es faro, guía y cuya conversación no revelada hasta el final es uno de los macguffin de la cinta) como propios (el juntar de nuevo a Kenneth Branagh y James D’Arcy tras ser los oficiales de “Dunkerque”) para conformar su título más rotundo en el aspecto interpretativo mereciendo mención también Josh Hartnett, Benny Safdie, David Krumholtz, Dane DeHaan o David Dastmalchian. A todo ello se le suma la potente fotografía de Hoyte Van Hoytema, el magistral montaje de Jennifer Lame y la envolvente y persistente música de Ludwig Göransson (nuevamente tirando de característica y eficaz estridencia) para conformar uno de los títulos del año y otro acierto en la filmografía de Christopher Nolan aunque la película sufra además de su excesiva duración (180 minutos), su irregularidad y el restriego de estar ante uno de los niños más listos y pedantes de la clase.

Ello podría restar fuerza a todo el conjunto, sobre todo por el hecho de que la parte personal de Oppenheimer, sorprendente mujeriego a pesar de su cerebral cabeza y preocupado por un hermano comunista, no esté a la altura de lo que interesa realmente como es la carrera investigadora primero y el thriller político después, siendo ahí donde esta cinta encuentra su razón de ser a la hora de mostrar y, más que reivindicar, dar a conocer a uno de esos héroes humillados que desde las entretelas del tiempo y con el fin de acabar con el fascismo (aunque ello se desvirtuara por el tiempo al haber intereses ocultos en ello) cambió para siempre el curso de la historia alcanzado por sus ideales y talento una gloria que también fue su tragedia como mártir del antimilitarismo y con la que contribuyó a su pesar (tanto para bien como para mal) al mundo que somos hoy en el que sólo queda como arma más poderosa y propia la dignidad de cada uno y que la cordura se imponga ante la cerrazón por el poder y la destrucción de los que mandan. Es ahí donde se encuentran escenas muy potentes como aquella en la que unas furgonetas se llevan las bombas dejando atrás a su suerte a los que las crearon, el obligado discurso de la victoria en la que Oppenheimer habla como una marioneta frente a los fogonazos de imágenes de lo que implica su obra en los que la padecen, o el testimonio del personaje de Kitty rebelándose frente a la apisionadora que suponen los poderes fácticos frente a un Oppenheimer ya derrotado. Un trabajo hipnótico y tan vigoroso como íntimo que abraza a Shakespeare por momentos en su aire trágico por ese protagonista utilizado y admirado que después es traicionado y hundido pero que también confirma a Christopher Nolan como el verdadero heredero de nombres como Stanley Kubrick y Terrence Malick en su parafernalia de clarividencia, impacto y profundidad tan transgresora como demoledora a la hora de retratar en el fondo que no hay mayor amenaza para el mundo que la propia estupidez humana siendo capaz ésta de destruirlo para poder salvarlo lo que lleva a más de uno a tener que cerrar los ojos para no ver en lo que hemos sido capaz de convertirnos.

Conviene saber: Christopher Nolan ha rodado su 12ª película para Universal Pictures siendo el primer film en el que no trabaja con Warner Bros. desde “Memento” (2000).

La crítica le da un OCHO

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