"Vidas pasadas"

"Vidas pasadas"

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La web oficial.

El argumento: Nora y Hae Sung, dos amigos de la infancia con una fuerte conexión, se separaron cuando la familia de Nora, que entonces tenía solo 10 años, emigró desde Corea del Sur a Canadá. Muchos años después, cuando Nora está estudiando teatro en Nueva York, ambos se reencuentra con él online, y pasarán juntos una semana que les enfrentará al amor, al destino y a las elecciones que componen una vida.

Conviene ver: "Vidas pasadas" es uno de esos milagros que dignifican el arte del cine a la hora de plasmar sentimientos habiendo conquistado el circuito festivalero y de autor teniendo como credencial la sensibilidad y el humanismo de un amor a través de las décadas que entendemos como propio para hablar también de temas como la soledad, el sacrificio, la emigración y el papel que el destino juega en nuestras vidas. Una historia que caló hondo desde que se pudo ver en el Festival de Sundance 2023 siendo adquirida por A24 para su distribución en USA conformando una prueba más del impresionante catálogo de la compañía en los últimos años. Celine Song parte de una historia autiobiográfica (está casada con el guionista USA Justin Kuritzkes y también fue emigrante de su país natal en la infancia) para hablar de esas sensaciones que quizá sólo pueden ser transmitidas de verdad por quiénes las ha sentido en una historia en la que el destino, el amor y las decisiones que toma cada uno en su vida, aquí a través de una conexión especial que se prolonga en el tiempo, son la combinación que marca nuestra existencia.

“Vidas pasadas” es una película que arrebata y conmueve dando voz a la cotidianidad de la vida, las decisiones que se toman en determinado momento y cómo las mismas marcan por siempre el futuro de unos y otros. Lo que fue y lo que pudo ser abordándose de una manera delicada, sensible y sin falsas nostalgias. Diciendo mucho sin necesidad de expresarlo con palabras ya que nunca un “adiós” que separaría los caminos de dos personas dolió tanto y fue tan significativo arraigando por siempre a la hora de forjar la personalidad de cada uno. Un paso del tiempo que fluye de manera tan desoladora como enriquecedora a través de unos niños a los que el destino les parecía tener reservada una gran historia de amor pero que en la vida adulta, entre encuentros y desencuentros, nunca les llevó a convertirse en amantes a lo largo de tres actos que parecen rememorarnos también el “Más allá de las montañas” (2015) de Jia Zhang-ke bajo la cadencia del Time to say goodbye de Leonard Cohen.

“Vidas pasadas” es una película de premisa clásica pero con marcado carácter contemporáneo hablando de la emigración, el contraste cultural y las pantallas que han propiciado las nuevas tecnologías y que han cambiado las formas de relacionarse, manteniendo el contacto pero con el pesar de no poder tocarse ni sentirse, así como el hecho de estar influidos y padecer por siempre las decisiones que tomaron nuestros mayores por nosotros. Eso lleva a que confluya un halo de vigencia, sin exceso de nostalgia pero sí de melancolía, que todavía cala más al insatisfecho, desorientado y frustrado espectador “millennial” en una historia sobre las dificultades de encontrar el amor, aceptarlo y mantenerlo en la que resuenan los ecos de “Breve encuentro” (1945) de David Lean, “Un hombre y una mujer” (1966) de Claude Lelouch, “Antes del amanecer” (1995) de Richard Linklater, "Los puentes de Madison" (1995) de Clint Eastwood, "¡Olvídate de mí!" (2004) de Michel Gondry y el descorazonador final de “La la land” (2017).

Una historia de amor bella y milagrosa pero también triste y dolorosa que desde su primera escena ya condensa no sólo el núcleo emocional de la historia sino que conecta irremediablemente con un espectador que sentirá como propio ese viaje en el que hay mucho callado por esa historia de amor idealizada que precisamente por no existir en la práctica ha avivado a estas personas durante todos esos años evocando el hecho de que cuando dos personas extrañas se encuentran y conectan es porque brota una llama de lo que vivieron entre ellos en sus vidas pasadas, un concepto conocido por la cultura surcoreana como "In-Yun". Un encaje de recuerdos que parte de una escena que divaga sobre lo que lleva a encontrar en un bar de Nueva York bebiendo a las 4 de la mañana a dos asiáticos (un hombre y una mujer) y un americano en un triángulo en el que no sabemos quiénes son pero en el que ya se percibe de que no hay buenos y malos sino las eventualidades de una vida que les ha llevado hasta allí a ese momento. Un juego inicial para tener al espectador intrigado y que después volteará al mismo cuando cobre todo el sentido cuando ella ejerce no sólo de traductora de dos lenguas entre ambos sino también de dos culturas y de dos partes de su propio ser.

La cinta se traslada 24 años atrás a Corea en el que dos críos de 10 años están en esa edad en la que su complicidad infantil se transforma en comenzar a sentir cosas el uno por el otro. El hecho de que la familia de la niña decida emigrar a Toronto en pro de un futuro mejor (el padre es director de cine y la madre artista) hará que abruptamente se trunque lo que no sabemos que podría haber surgido y que llevará a ambos (a pesar de que tengan que obligarse a vivir su propia vida) a añorar el poder haber tenido esa oportunidad. 12 años después internet, y con el futuro todavía por escribir, les volverá a cruzar (ella como estudiante de teatro en Nueva York y él todavía entre clases, sus padres y juergas con los amigos) y lo que hubiera podido reactivarse gracias a las nuevas tecnologías volverá a ponerse en cuestión, ahora debido a la distancia geográfica y al hecho de que ninguno de los dos está en un momento de hipotecar su vida para irse detrás del otro estando en ese momento en el que uno siente que primero tiene que encontrar su lugar en el mundo antes de decidirse a compartirlo con otra persona con distintas inquietudes, prioridades o sueños.

12 años después ambos tendrán oportunidad de encontrarse por fin físicamente, ahora en Nueva York, pero quizá todo haya cambiado demasiado ya, teniendo que asumir las consecuencias de las decisiones tomadas así como la estabilidad de la rutina, el pragmatismo en forma de “green card” o en compartir el alquiler de un piso, el miedo a cambiar de vida y el paso del tiempo. Una vez más impedimentos que les impide afrontar una relación siempre pendiente de germinar en el que no saben si lo suyo es los reflejos de lo que fue su relación en una vida pasada o siguen formando parte de un preámbulo para una vida posterior y que nunca podrá ser materializada en ésta. El amor visto desde una perspectiva auténtica, poética y existencialista, en lugar de aspiracional y efectista, con sus dificultades, pesares y sacrificios, ante los vaivenes de la propia y la incertidumbre general tras encadenar años de globalidad por las nuevas tecnologías, capitalismo que ha potenciado el éxito profesional frente al personal, crisis económica, pandemia y revolución feminista.

Es lo que ocurre principalmente en la percepción de ella, alguien que quiso romper con sus raíces para adaptarse mejor a su nueva realidad y que con la llegada de su primer amor descubre no sólo que el modo de vida y de ser característicamente coreano llama a su puerta sino que ella misma siempre será una chica más coreana y menos americana de lo que cree a pesar de las vivencias y derroteros por los que le ha llevado la vida. Una mujer que no sabe si se reconoce en la que fue en su día y si está enamorada o sólo se siente atraída pero que sí que reconoce que, aunque ni ella misma lo sabía, echaba mucho de menos a esa persona con la que conectó de manera indisoluble desde la infancia reconociéndose como una versión reciente de lo que fue una vida pasada. Todo ello frente a un marido que desmonta roles y que opta por ser comprensivo, compartir y dejar a la persona que más quiere que pueda explorar esos sentimientos antes que coartar o criminalizar primando más el verdadero amor por la otra persona que el ego y el orgullo sustentado en la pertenencia y la dominación.

Una película que desarma, conmueve y fascina sin aspavientos, en el que las miradas y los silencios son más importantes que las la palabras, con una enorme sencillez confiando en el fluir de la propia historia, el sentimiento que encierran las interpretaciones, una fotografía nostálgica y evocadora y una banda sonora a favor de obra (Grizzly Bear, Cat Power, Sharon Van Etten Leonard Cohen, Kim Kwang Seok, etc...), encandilando el cómo cuando al encontrarse siendo ya adultos Nora y Hae Sung, en realidad los que aparecen son los niños que fueron y que una tarde al volver de la escuela se separaron para siempre ante el inexorable paso del tiempo en el que ni internet, ni las conversaciones en un ferry, ni la añoranza siempre enterrada en uno puede ser que sea suficiente.

Un viaje hacia la madurez en el que hay determinadas puertas que nunca volverán a abrirse y en el que sólo afrontar el futuro o quedar lastrado siempre por la amargura de lo que no fue conforma un fresco de lo que son las relaciones de hoy en día y lo complicado no sólo de echar raíces sino de ser feliz con el camino elegido. El trabajo de Greta Lee, Yoo Teo y John Magaro todavía redondea más una cronología temporal sobre los devastadores vestigios del sinsabor de una historia de amor trascendental por la conexión de dos almas gemelas pero que en la práctica nunca llegó a ser vivida ante un destino que nunca se sabrá si fue sabio y enriquecedor o caprichoso e injusto pero en el que, sobre todo, subyace la necesidad y la madurez de poder derramar las lágrimas contenidas durante tanto tiempo y también saber despedirse sobre las vidas que fueron, las que pudieron ser y las que son en forma de breve encuentro encapsulado que se mantiene durante toda una vida.

Conviene saber: La ópera prima de Celine Song pasó por el Festival de Sundance 2023, compitió en el Festival de Berlín 2023 y participó en la sección Perlas del Festival de San Sebastián 2023.

La crítica le da un DIEZ

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