“Sin movimientos bruscos”, un eficaz policiaco de Steven Soderbergh con aroma clásico y denuncia social

“Sin movimientos bruscos”, un eficaz policiaco de Steven Soderbergh con aroma clásico y denuncia social

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Querido Teo:

"Sin movimientos bruscos" supone el nuevo trabajo de Steven Soderbergh que ha saltado directamente a plataformas, concretamente a HBO (ya HBO Max) debido a la alianza mantenida con Warner Bros., después del estimable crucero que nos propuso en "Déjales hablar" (2020). Tras un proyecto concebido más desde el disfrute y el minimalismo experimental vuelve mostrar su nervio con un título que supone un policiaco entretenido y con empaque que cuenta con el aliciente de grandes estrellas en nómina, algo marca de la casa para un director que demuestra que cuando quiere y no se dispersa puede convencer tanto a la crítica como al público con su trabajo.

“Sin movimientos bruscos” nos lleva al Detroit de 1954, ciudad marcada por la desigualdad social, la industria del motor y la conflictividad racial. En un entorno de mafias, intereses y corrupción tres delincuentes de poca monta son reclutados para hacerse con un documento que guarda en la caja fuerte el jefe de General Motors utilizando para ello la extorsión al contable de la empresa, el cual eligen como blanco asaltando su casa, perteneciente a un lujoso barrio residencial, durante una mañana normal de lunes cuando éste se encuentra con su mujer y sus dos hijos preparándose para iniciar un nuevo día. En un segmento lleno de ritmo y tensión afloran las fricciones entre unos y otros, más cuando no parece claro si los tres infractores pueden confiar entre sí. Algo sale mal y a partir de ahí se establece una carrera contrarreloj y un enredo que deja una intriga sugerente, golpes de violencia y falsas lealtades.

El nuevo trabajo de Steven Soderbergh no ha tardado en recibir comparaciones con “Ocean’s eleven” (2001) así como con “El demonio vestido de azul” (1995) pero lo que logra el director a lo largo de dos horas es crear una propuesta sumamente disfrutable e imprevisible en su desarrollo, la cual fascinará a los amantes del policiaco de toda la vida con un toque de modernismo y de conciencia social a través de la denuncia urbanística consistente en que la población negra siente que los planes de desarrollo de la ciudad implica el “invitarlos” a salir de ahí y buscar otros lugares en los que asentarse.

El guión de Ed Solomon es pertinente e inteligente en un rompecabezas algo confuso por los nombres y capas que afloran en esa red mucho más densa de lo que parece, alimentado por un montaje y unos movimientos de cámara con los que el director disfruta y, en parte, recupera el estatus tras el bache de unos años en los que Soderbergh parecía más preocupado por sus veleidades de autor más que por dar al público lo que quería de él.

El principal hándicap que tiene la película es que, aunque luzca en la pantalla de la plataforma, es uno de esos dramas que podrían funcionar en salas de manera significativa ante un público maduro encantados éstos de dejarse llevar por historias apasionante en un “noir” elegante y vibrante que recupera la nostalgia por una forma de hacer cine como deudor de los grandes maestros sustentándose para ello en la historia, el poder de la cámara y el talento actoral.

Cine de atracos que va mucho más allá del golpe en sí y que crece por los juegos de poder que se establecen entre unos y otros, propios de partida de ajedrez en el tablero de un contexto social propio del Estados Unidos de los 50 en el que el desencanto generalizado tras la crisis económica de 1929 y la II Guerra Mundial alimentaba una época de recuperación pero también de oportunismo alentando cierto individualismo de “sálvese quién pueda” para conseguir dinero y poder. La codicia tanto para los que llevan los hilos como para aquellos que se han cansado de poner la otra mejilla y que, hartos de trapicheos, reclaman su golpe de suerte.

Una cinta sobre la deslocalización del entorno y sobre unas miserias humanas que fruto de la ambición dan rienda suelta, respectivamente, a la corrupción y a la traición en la que todo está permitido, no siendo los personajes más que meros peones en una compleja historia en la que cualquiera puede o recibir un balazo, puñetazo o quedar fagocitado por los suyos y tirado al vertedero como pieza prescindible para que los poderosos puedan mantener su impunidad.

Un juego rodado con un estilo bárbaro que se permite hacer una metáfora entre un río y las distintas clases sociales vertebrando con esa idea la cinta, mientras (más allá de toda trama) uno se deleita con la ambientación y la fotografía del propio Soderbergh (utilizando el seudónimo de Peter Andrews) reivindicando una forma de hacer cine en la que no sólo se cuenta una historia sino que se le da un tono de glamour que favorece la empatía a pesar de la amoralidad de unos y otros como supervivientes de un sistema que les ha fomentado a ser así para sacar cabeza y no ser pisoteados por los demás.

“Sin movimientos bruscos” tiene impreso el sello de Soderbergh pero también de los hermanos Coen y de cintas iconográficas como “El sueño eterno” (1946) o “Chinatown” (1974), redondeándose con un reparto encabezado por Don Cheadle y Benicio del Toro, que se mueven entre la desconfianza y la necesaria alianza tanto para salir enteros como para llevarse algo de la misión que les han encomendado, completándose con unos acertados David Harbour, Kieran Culkin, Brendan Fraser, Ray Liotta, Jon Hamm, Noah Jupe, Matt Damon, Julia Fox, Amy Seimetz y Bill Duke. Una película más que recomendable para ir animando el otoño, también en plataformas, devolviéndonos a un Steven Soderbergh entonado, efectivo y con una incontestable calidad.

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Nacho Gonzalo

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