Conexión Oscar 2026: ¿Ha llegado el momento para Paul Thomas Anderson?
Querido Teo:
Tal y como está incrementándose el número de miembros de la Academia, y también el peso del votante internacional, estamos asistiendo en las últimas ediciones a triunfos bastante sólidos que han aupado a nombres como los Daniels (Daniel Kwan y Daniel Scheinert), Christopher Nolan y Sean Baker. Si hay un nombre que hace tiempo que lleva tocando la puerta de la Academia sin suerte es Paul Thomas Anderson que, tal y como le ocurre a otro director clave del cine contemporáneo como David Fincher, sigue sin Oscar. “Una batalla tras otra” puede hacer que este año sí todos los caminos que marcan el destino de la carrera de premios se dirijan hacia él.
11 nominaciones avalan a un nombre clave del cine contemporáneo de las tres últimas décadas pero que siempre ha visto como alguien se llevaba la gloria mientras él se quedaba, no es poco, con el respeto crítico y el estatus que le ha hecho ganar peso como uno de los grandes de nuestro tiempo. Una sensación acumulada título a título que puede contribuir a que este año crezca la certeza de que ya le toca, encontrando la Academia la excusa perfecta gracias a una película que para muchos es obra cumbre tanto de su filmografía como del cine de lo que llevamos de siglo (sí, la grandilocuencia no ha tenido reparos en desatarse con esta cinta).
Tenía 27 años cuando se dio a conocer al gran público con “Boogie nights” (1997), su inmersión en la industria del porno de la década de los 70, pero la crítica ya conocía el talento de Paul Thomas Anderson. Un año antes, estrenó su ópera prima “Sydney” (1996) en Una cierta mirada del Festival de Cannes tomando como germen su cortometraje “Cigarettes & coffee” (1993). El referente de “Boogie nights” también estaba en otra obra anterior del director, el corto “The Dirk Diggler story” (1988), en el que ya sobrevolaba la figura real del actor porno John Holmes. Contó con el respaldo de New Line Cinema que le dio la libertad de hacer la película que él realmente quería hacer después de que Harvey Weinstein rechazara el proyecto.
Paul Thomas Anderson irrumpió de tal manera que no se dudó en señalarlo como el cruce perfecto entre Martin Scorsese y Robert Altman, no sólo destacaba como un virtuoso cineasta, con un excelente gusto para la puesta en escena, sino que también lo hacía como guionista y director de actores. En el campo de la escritura llegó su primera nominación al Oscar en la categoría de guión original aunque todo el foco se pusiera en el “comeback” de un Burt Reynolds que se quedó a las puertas de la estatuilla en el apartado de actor de reparto.
"Magnolia" (1999) fue la confirmación de todo un talento y, aunque volvió a conseguir nominación en el apartado de guión original, sufrió no sólo estar ante una de las mejores cosechas que se recuerdan (“American beauty” fue la ganadora) sino ante el hecho de alumbrar a uno de esos milagros cinematográficos que ganan en visionados, relecturas y que se adelantaron a su tiempo a la hora de mostrar la frustración, soledad y desesperanza que iba a asolar a la condición humana como definición del nuevo siglo que abría sus puertas. "Magnolia" ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín.
La película consta de nueve tramas paralelas ambientadas en el Valle de San Fernando, en Los Ángeles: un niño prodigio, el presentador de un concurso de televisión, un ex niño prodigio, un moribundo, su hijo perdido, la mujer y el enfermero del moribundo. Son historias aparentemente independientes, pero que guardan entre sí una extraña relación conformando una de las cintas más fascinantes y cautivadoras del cine de las últimas décadas logrando arriesgar, sorprender y ofrecer algo nuevo sin dejar de lado la conexión con las más hondas emociones.
Su siguiente título, “Embriagado de amor” (2002), supuso un giro en su carrera. Primero porque se trataba de una inclasificable comedia romántica claramente influenciada por el cine de Jacques Tati protagonizada por un hombre completamente anulado e incapacitado para relacionarse con los demás. Y segundo porque se atrevió a darle el papel principal a un Adam Sandler que, a día de hoy, sigue en el empeño de reivindicarse como actor. Paul Thomas Anderson se llevó el premio a la mejor dirección en el Festival de Cannes pero, aunque fue muy bien valorado por la mayoría de los críticos, el film terminó siendo una rareza de autor que no generó ese consenso que le permitiese estar en los Oscar.
“Pozos de ambición” (2007) le hizo superar barreras y saltar a las principales categorías de los Oscar ya que, además de guión adaptado, fue candidato por primera vez en película y dirección. Paul Thomas Anderson ya empezaba a posicionarse como heredero de los grandes clásicos con una rotunda pieza ambientada en plena explosión petrolera en el sur de California entre finales del siglo XIX y principios del XX. Su regreso al Festival de Berlín se saldó con el premio a la mejor dirección.
Una obra de orfebrería inabarcable en la adaptación de Upton Sinclair que mezclaba la épica de las grandes historias con el intimismo personal de un cineasta que llenó a la historia de un brusco realismo y de una angustia desconcertante. La Miramax post Weinstein tiró la casa por la ventana y se gastó 27 millones de dólares en su campaña para los Oscar, especialmente para el de Daniel Day-Lewis y eso que era el indiscutible favorito. Además del premio al mejor actor logró el galardón a la mejor fotografía para Robert Elswit para una cinta que sigue siendo referencia en su retrato sobre la sed de poder y la fatalidad de la ambición bañando la codicia y el dinero de sangre, sudor y petróleo
Volvió a tocar el cielo artístico con "The master" (2012), la cual cobró vida gracias a la ayuda de Megan Ellison a través de Annapurna Pictures. El director pudo haber rodado el film en el año 2010 pero, un mes antes de iniciar el rodaje, Universal Pictures, que había acordado financiar y distribuir el proyecto, decidió apearse. Y es que era arriesgado sacar adelante una obra inspirada en la génesis de la Iglesia de la Cienciología. La película, distribuida por The Weinstein Company, se convirtió en la sensación del Festival de Venecia del 2012, alzándose con los premios a la mejor dirección (reconocimiento que de manera consecutiva ya había recibido previamente en Cannes y Berlín) y a la mejor interpretación masculina para Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman.
Tras el éxito en el lido, la película parecía una candidata a todo en los Oscar pero Paul Thomas Anderson sufrió el caprichoso viraje del destino y de las artimañas promocionales que definen las carreras de premios. La niña mimada para Harvey Weinstein fue “El lado bueno de las cosas” de David O. Russell (ganadora del Premio del Público en Toronto) y apenas promovió a “The master”, lo cual quedó patente quedando fuera de película, dirección y guión original. A pesar de eso la cinta logró estar en los galardones de la crítica y finalmente se hizo con las candidaturas en los apartados interpretativos para unos magistrales Joaquin Phoenix, PhiIip Seymour Hoffman y Amy Adams.
"Puro vicio" (2014) supuso su primer viaje al universo lisérgico de Thomas Pynchon. Un viaje alucinógeno por el desencanto del sueño americano que capta bien la anarquía de la novela (llena de referencias, subtramas y subtextos) dejando por tierra toda coherencia y que, no obstante, siendo posiblemente el trabajo más imperfecto de este dramaturgo cinematográfico, completa una particular trilogía, turbia pero subyugante, sobre el crecimiento capitalista del país y la deconstrucción de los ideales de la sociedad USA de los últimos 150 años.
El director volvía a aliarse con Megan Ellison y con Joaquin Phoenix interpretando a un personaje incómodo y despojo de otro tiempo, entre el Philip Marlowe de Humphrey Bogart, el Nota de “El gran Lebowski” o el Johnny Depp de “Miedo y asco en Las Vegas”, para una película con referencia a trabajos como “Un largo adiós” (1973) o "Chinatown" (1974). Una rareza que no se sabe muy bien si fue incomprendida o solamente fallida pero que le hizo conseguir por este singular "noir" una nueva nominación en la categoría de guión adaptado convirtiéndose en la sexta candidatura al Oscar a título personal para el cineasta.
“El hilo invisible” (2017) volvió a tirar de imponente clasicismo en un drama romántico elegante y gótico ambientado en el Londres de la posguerra en 1950. Max Ophüls y Alfred Hitchcock son invocados en una cinta compleja y de múltiples capas sobre el arte, la perversión de las relaciones románticas, y que pasea por unos caminos de extraña rareza que le dotan de personalidad y que incluso la llevan por los vericuetos de la comedia negra.
Una pátina sombría de perversión sobre la obsesión, nuestros temores y fantasmas y como eso se vuelca tanto en nuestra profesión como en la vida que compartimos con los demás. La cinta es como un todo compuesto por finas y atrevidas costuras (tan elegantes como arriesgadas) que conforman una exquisita propuesta en la que todo parece medido y en la que ni el más mínimo despunte parece forzado o puesto de más. Daniel Day-Lewis volviendo a dar una “master class” como el famoso y enigmático modisto Reynolds Woodcock y un Paul Thomas Anderson incrementando todavía más su aura de genio detrás de la cámara sumando la séptima y octava nominación al Oscar de su carrera optando tanto a película como a dirección.
Al margen de sus numerosos videoclips musicales para Radiohead, las hermanas Haim o The Smile, el último título hasta la fecha de Paul Thomas Anderson había sido "Licorice pizza" (2022), un homenaje personal y nostálgico a una década (los 70) y a una fase existencial (el salto a la vida adulta) a golpe de sueños, primeros amores y tropiezos con la realidad. Todo ello sin renunciar a su tributo al cine y a todo lo que es capaz de evocar en una época en la que se necesita más que nunca la reivindicación del cine en salas.
Un viaje luminoso de más de dos horas que se plantea prácticamente como una ensoñación de una burbuja, sobre un verano eterno que languidece, en la que parece que todo sea posible, aupada por la juventud de una inconsciencia soñadora que lleva abrazar la libertad y el derecho a equivocarse pero también a intentar acercarse más a la felicidad respecto los que les precedieron. La película sólo consiguió 3 nominaciones al Oscar pero todas fueron para un autor total como Paul Thomas Anderson al ser candidata en película, dirección y guión original.
El que fue un joven del Valle de San Fernando perteneciente a la llamada generación del “videocassette”, de la que también forman parte Quentin Tarantino, David Fincher, Richard Linklater y Kevin Smith, consumiendo cientos de películas de vídeo y acumulando un saber enciclopédico y en muchas ocasiones adquiriendo destreza autodidacta, dejó de ser hace tiempo el alumno aventajado de Robert Altman, o un director de culto aupado por los más cinéfilos para ser en la actualidad, a sus 55 años, todo un clásico moderno. Uno de los pocos que pueden decir eso desde Estados Unidos.
Una carrera que no ha hecho más que coger poso, cuerpo y definición para, aunque sea tarde, y con el portento fílmico que es “Una batalla tras otra”, erigiéndose también como poderosa radiografía del devenir desquiciado de nuestro tiempo, encuentre (y se aproveche) del momento idóneo para que el Oscar le abrace de lleno de manera definitiva.
Nacho Gonzalo























