Andrea Arnold, la marginalidad y reivindicación obrera vestida de poesía y esperanza
Querido Teo:
A sus 64 años el cine de Andrea Arnold está lejos de dar síntomas de agotamiento. La realizadora británica se ha ido construyendo una carrera sólida y personal a lo largo de los años aupada por los festivales (especialmente Cannes donde ha ganado en tres ocasiones el premio del Jurado) y por un nicho de seguidores que saben que su sello pocas veces decepciona. “Bird” supone la depuración de ese estilo con un cine que se permite fabular sin dejar de pisar la tierra dando dignidad a los inadaptados.
Tras ser presentadora, actriz y guionista en varios espacios televisivos de la década de los 80 y los 90, especialmente el juvenil “No. 73” en el que, a pesar del éxito llegaría a concluir que donde estaba cómoda realmente era detrás de las cámaras, Andrea Arnold se centró en la escritura de guiones, revelándose en su labor de cortometrajista con “Milk” (1998), “Dog” (2001) y “Wasp” (2003). La historia de una madre joven de cuatro niños, que volviendo a tener una cita quiere recuperar las sensaciones de un pasado sin responsabilidades y con noches de juerga, le hizo ganar el Oscar al mejor cortometraje en 2004.
“Red Road” (2006) explora con autenticidad el desamparo urbano en el que una chica que vive sola, y observa las cámaras de vigilancia del ayuntamiento de Glasgow en el que trabaja, descubre que un hombre de su pasado ha salido de la cárcel a pesar de que pensaba que jamás lo volvería a ver.
Un trabajo perturbador entre el cine negro y el thriller de suspense rezumando realismo proletario y sentimiento de venganza en una cinta que se llevó el premio del Jurado del Festival de Cannes, el Bafta al mejor debut de un artista británico y el premio BIFA del cine independiente británico para los intérpretes Kate Dickie y Tony Curran.
En “Fish Tank” (2009) volvió a apostar por un realismo obrero desesperanzado pero genuino volviendo a colocar el enfoque desde un prisma femenino y con la soledad como universo recurrente. En este caso una adolescente que comienza una relación con un atractivo hombre, relación a la que se enfrenta una madre que nunca ha reparado en ella.
Las contradicciones de esa transición a la madurez en una cinta con una estupenda Katie Jarvis y que catapultó a Michael Fassbender y con la que Andrea Arnold volvería a ganar el premio del Jurado del Festival de Cannes además de recibir el Bafta al mejor film británico.
Andrea Arnold es responsable de la versión más terrenal y singular de “Cumbres borrascosas” (2011) con la que ganaría el premio a la mejor fotografía en el Festival de Venecia. La novela de Emily Brontë dedicaba parte de sus páginas a describir el desolado paisaje y la imparable voracidad de los fenómenos meteorológicos. Tal vez por eso la directora británica dedica parte de su película a fotografiar las estaciones dotando a la cinta de una atmósfera tormentosa y agreste y prescinde casi definitivamente de la música para que hable el viento, el barro y las nubes que se ciernen sobre la hacienda en la que están a punto de suceder cosas que serán difíciles de olvidar.
Una cinta en la que no es tan importante la pasión romántica o el desarrollo narrativo (con la curiosidad de presentar a un Heathcliff de piel negra) apoyándose en silencios, miradas y simbolismos filosóficos y estéticos en una propuesta puramente existencialista.
El regreso a Cannes (donde ganó por tercera vez el premio del Jurado) asentó toda la esencia del cine de Andrea Arnold. “American honey” (2016) es un viaje de iniciación y aceptación por la América profunda a través de un grupo de jóvenes que viajan por todo Estados Unidos vendiendo suscripciones a revistas. Todo mientras beben, fuman, bailan, follan, bromean y tienen conversaciones desde su camioneta en un viaje hacia ninguna parte pero que no dejará de ser revelador a ritmo de Rihanna.
Un característico existencialismo desesperanzado para una generación perdida en la que la reiteración en la que parece caer la película no es más que un bucle que les hace seguir dando vueltas sobre sí mismos sin oficio, beneficio ni esperanza ante un mundo del que ellos se sienten desclasados y que no entienden pero que sí rechazan.
Además de sus incursiones en publicidad y vídeos musicales hay que mencionar la labor televisiva de una Andrea Arnold que, en su momento, sonó para hacerse cargo de la adaptación en formato serie de la novela “Heridas abiertas” de Gillian Flynn (que protagonizaría Amy Adams bajo las órdenes de Jean-Marc Vallée en 2018) pero que sí se encargó de cuatro capítulos de “Transparent” (2015-2017) y de la segunda temporada de “Big little lies” (2019).
En el documental “Vaca” (2021) volvía a sorprender profundizando en su interés por la naturaleza y no siendo necesarias entrevistas ni efectismos, sólo una vaca mugiendo, comiendo, pariendo, siendo ordeñada en sus ubres y cumpliendo su función hasta que llegue el momento de la muerte. Mientras, durante ese recorrido vital, hay desarraigo y la capacidad de transmitir sentimiento sin necesidad de contar con la expresión de un animal que dice mucho más que algunas interpretaciones.
El ciclo de la vida, las reglas de la industria capitalista y el vivir para cumplir, sufrir y servir en el que al final se favorece la inmersión y que sea Luma la que observe su alrededor, sin terminar de entenderlo, y nosotros con ella.
“Bird” (2024) es el último trabajo hasta la fecha de una directora fiel a su modo de ver la vida a través de unos personajes rotos y solos pero que no están dispuestos a perder el derecho de seguir contando y ganarse la vida de la manera más honrada posible. Una nueva mirada a la infancia desfavorecida a través de Bailey, de 12 años, que vive con su padre soltero Bug y su hermano Hunter en una casa ocupada del norte de Kent. Bug (más preocupado por sus preparativos de boda) no tiene mucho tiempo para sus hijos y Bailey, que se acerca a la pubertad, busca atención y aventuras por su cuenta.
Las mismas que nos propone una Andrea Arnold consciente y conocedora en su cine de la realidad de unos personajes que entre los efectismos de superación personal y las concesiones del “happy end” no merecen ser olvidados ante las heridas recibidas por las espinas de la vida pero confiando en que siempre hay un impulso, en forma de revelación, comprensión o entendimiento, para seguir creyendo.
Nacho Gonzalo

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