"Gandhi", el biopic academicista sobre el líder de la no violencia

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Querido Teo:

“Gandhi” es una de esas películas que definen toda una década como la del cine de los 80, acuñado de nostálgico y generacional pero también de academicista en biopics o en producciones centradas en una figura en concreto. Richard Attenborough fue el encargado de llevar al cine la vida del líder de la no violencia. Abogado, político, pensador y alma espiritual que se enfrentó a la corrupción de su nación, la India, y simbolizó sus aires de independencia enarbolando la revolución política sin armas ni sangre y sí corazón, coherencia y espíritu de unión. La película que contó su vida y su lucha cumplió el año pasado 40 años y condensó en tres horas el espíritu, lucha e influencia de una figura histórica de primera magnitud así como las décadas de conflicto y violencia a colación de esa autonomía.

Mohandas Gandhi, un ejemplo en vida y muerte, buscó la unión de dos culturas y eliminó las barreras que el ser humano muchas veces se impone siendo ello la primera semilla contra el racismo y la xenofobia representando una honestidad y una austeridad de la que le hizo gala y que le acompañó toda su vida desde su nacimiento en Porbandar, un remoto lugar de la India, en 1869 hasta su muerte asesinado en 1948. Una vida que merecía toda una superproducción británica de más de tres horas de duración que no escatimó a la hora de hacerse definitoria convirtiéndose casi instantáneamente en un clásico para la época.

La película comienza en el día del asesinato de Gandhi el 30 de enero de 1948. Después de una oración de la tarde, un Gandhi anciano es ayudado por su paseo por la noche para reunirse con un gran número de admiradores. Uno de estos visitantes, Nathuram Godse, le dispara a quemarropa en el pecho cayendo Gandhi muerto y pudiendo sólo exclamar unas últimas palabras: "¡Oh, Dios!". Todo ello deriva en una gran procesión en su funeral, al que asisten dignatarios de todo el mundo, simbolizando las masas movidas por su legado.

En ese momento la historia retrocede 55 años para partir de un hecho tan trascendental como significativo en su vida y reflejo del sentir de una época. En 1893, a los 24 años de edad, Gandhi es sacado de un tren de Sudáfrica al ser un indio sentado en un compartimiento de primera clase a pesar de ser poseedor de su billete.

Al sufrir en propia carne las leyes segregacionistas en contra los indios, decide iniciar una campaña de protesta no violenta por los derechos de todos los indios en Sudáfrica. Después de numerosos arrestos y la atención internacional no deseada, el gobierno finalmente cede mediante el reconocimiento de algunos derechos para los indios. Surgía todo un héroe nacional que entraría en la leyenda.

Gandhi siempre simbolizó una lucha persistente y pacífica, primero frente al sometimiento de Gran Bretaña, del cual la India logró la independencia ante muchas presiones, y ya después en el eterno conflicto religioso entre hindúes y musulmanes. A pesar de que la zona noroeste de la India y la parte oriental de la India (actualmente Bangladés), los dos lugares donde los musulmanes son mayoría, conformaron un nuevo país llamado Pakistán, hecho que se auspicio con el fin de aplacar la violencia, el conflicto continuó en un país dividido que Gandhi no pudo solucionar en vida.

Richard Attenborough se interesó por la figura de Gandhi ya en los 60 cuando leyó la biografía de Louis Fischer. Ningún Estudio quería financiar la película y tuvo que tardar más de una década en encontrar visos para su realización. Un tercio del presupuesto fue aportado por el gobierno indio y otra parte fue dispuesta por el productor John E. Levine que puso como condición que antes Attenborough se hiciera cargo de la bélica “Un puente lejano” (1977) y de la inquietante “Magic” (1978).

Otras empresas pusieron el resto del dinero así como el propio director que tuvo que vender los derechos de la obra teatral “La ratonera”, los cuales poseía, para con todo ello levantar un proyecto ambicioso y estar a la altura de todo un icono.

La clave de “Gandhi” era encontrar al actor idóneo barajándose leyendas del teatro y el cine británico como Alec Guinness, Albert Finney, Peter Finch, Tom Courtney, Dirk Bogarde y Anthony Hopkins. No hubo duda cuando Ben Kingsley entró en la ecuación ante su notable parecido y el hecho de que, precisamente, fuera más fácil identificarlo a él como reencarnación de Gandhi que tener a alguien consagrado intentando emular a un personaje tan reconocible en la cultura popular.

Fue precisamente el hijo del director, Michael, el que descubrió a Ben Kingsley en una representación de “Hamlet” de la Royal Shakespeare Company. Era el actor perfecto tanto para la etapa juvenil del personaje como para representar sus últimos años y más sin contar con los tics o ínfulas de alguien consagrado.

Ben Kingsley se preparó a conciencia su personaje, exploró la cultura hindú, se bronceó la piel, aprendió a hilar ya que Gandhi confeccionaba su propia ropa y siguió una estricta dieta para dar el pego como este líder espiritual que no dudó en declararse en huelga de hambre para remover conciencias y promover el fin de hostilidades entre las religiones de su país.

Gandhi fue poco a poco dejando atrás sus ademanes británicos para ser uno más entre la multitud de un pueblo sufrido y oprimido. En Sudáfrica combatió la discriminación contra los hindúes mediante la desobediencia civil y la resistencia pasiva. Fundó un partido a favor de sus paisanos en Sudáfrica y luchó contra todo tipo de racismo. Volvió a territorio indio como un héroe.

En la India, rechazó la Segunda Guerra Mundial, y busco la separación con el Imperio Británico. Fueron los momentos más duros de su vida, ya que fue encarcelado durante dos años por autoridades inglesas, fecha que coincidió con el fallecimiento de su esposa Kasturba, tras dieciocho meses de cautiverio. Fue liberado tras ese periodo, ya que el Raj británico quería evitar cualquier tipo de odio por su muerte, que provocará un alzamiento popular.

Gandhi defendió el dolor como resistencia ante el hecho de que la desobediencia pacífica de millones de hindús siempre iba a preponderar frente a unos miles de británicos que intentaban dominar un país amplísimo sujeto con alfileres en su convivencia y estabilidad.

“Gandhi” es una cinta impecable en lo artístico que tiene el record de ser la película con mayor número de extras en una secuencia, concretamente los 400.000 que formaron parte de la representación del multitudinario entierro de un símbolo que no necesitó dirigir ningún gobierno ni ser líder de ningún ejército para que su propio pueblo le mostrara aprecio y gratitud y los mandatarios de todo el mundo le rindieran pleitesía.

“Gandhi” se estrenó en Nueva Delhi el 30 de noviembre de 1982 y pocos días después llegaría a Reino Unido. Semanas más tarde tocaría la gloria ganando hasta 8 Oscar, incluyendo los de mejor película, dirección y actor para un Ben Kingsley que más que una interpretación llevó a cabo toda una reencarnación aprovechándose de su gran parecido físico y de su don para los acentos.

Aunque Richard Attenborogh no dudó en reconocer siempre que tendría que haber sido “E.T., el extraterrestre” quien ganara el Oscar en esa edición, el tiempo y el público ha dado la razón a esa afirmación, no se puede negar que “Gandhi” es una de las cintas emblemáticas del cine de Estudio hecho durante su década acercando la vida, obra y compromiso de un hombre que demostró que las palabras, la humildad, los hechos y la conciencia pueden también librar y ganar batallas.

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Nacho Gonzalo

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