"La ventana indiscreta", el voyeurismo cinematográfico

"La ventana indiscreta", el voyeurismo cinematográfico

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Querido Teo:

El mejor ejercicio de voyeurismo cinematográfico sigue siendo "La ventana indiscreta" (1954) de Alfred Hitchcock, toda una exhibición del talento del mago del suspense que sigue siendo tan efectiva como cuando se estrenó hace más de 70 años sabiendo mantenerse al margen del paso del tiempo, de la evolución del cine y el público y de sus múltiples imitaciones. “La ventana indiscreta”, que se basa a su vez en un relato de Cornell Woolrich, es una obra de artesanía, un prodigio de la narración y de la puesta en escena.

El protagonista de uno de los clásicos de Alfred Hitchcock es un fotógrafo convaleciente tras un accidente que durante su obligado reposo se entretiene observando lo que se cuece en su vecindario, comenzando a sospechar que uno de sus vecinos ha asesinado a su mujer.

“La ventana indiscreta” habla sobre el voyeurismo, pero también sobre la fascinación evasiva que supone el tener algo enfrente que nos aparte la mirada de nuestros problemas, y ese es el principal cometido del cine, ya que a través de una pantalla de cine nos hemos metido en la vida de miles de personas. La película también es un homenaje del propio Hitchcock a sí mismo, dado que se consideraba un "voyeur" obsesivo, siendo una muestra de ello todo su cine, como se manifiesta en el comienzo a través de varias ventanas de “Psicosis” (1960) o en la persecución en coche de Scottie a Madeleine en “Vértigo” (1958).

Desde el comienzo de la película, Hitchcock nos muestra lo que va a ser esta cinta. Con una prodigiosa economía de medios, un mero barrido de cámara, sabemos cuántos vecinos hay en el edificio, que hace un calor sofocante, y se nos presenta al personaje de L. B. Jeffries, del que sabemos que es fotógrafo para un periódico, que tuvo un accidente en un circuito de carreras, en el que se rompió una pierna que le tiene inmóvil en una silla de ruedas... pero encontramos una foto más, de una revista del corazón en el que vemos a una bellísima mujer, cuya identidad no conocemos aún.

Desde ese preciso momento, asistimos al desarrollo diario de las vidas de los vecinos del protagonista, mientras éste les observa durante sus tareas cotidianas, y podemos observar a un puñado de gente de lo más peculiar, que va desde una mujer que siempre cena sola con plato para dos, un matrimonio joven que no sale del dormitorio, un compositor frustrado, y la pareja más importante: un matrimonio en el que ella está en la cama enferma y que no para de discutir entre ellos.

Hay un momento absolutamente mágico, y es la presentación del personaje de Lisa. Podemos ver todo a oscuras, ya que está anocheciendo, y de repente una sombra se cierne sobre Jeff, que duerme plácidamente. Siendo una película de Hitchcock, podemos esperar cualquier cosa al presentarse con ese suspense aunque, de repente, Jeff abre los ojos y sonríe ante lo que le espera, y el director nos sorprende con el primer plano más bello jamás sacado a una actriz en la historia del cine, y después con un beso rodado en primer plano que recuerda mucho al de “Al final de la escapada” (1959) entre Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg.

Una Grace Kelly en su momento de absoluto esplendor y que llevó a que Hitchcock siempre aspirara a encontrar a alguien como ella cuando la actriz dejó el cine por el principado de Mónaco.

Deducimos que Jeff es un hombre afortunado, tiene un trabajo que le gusta, y tiene a una mujer bellísima que deja todo el mundo de glamour y fiestas en que vive para pasar con él el mayor tiempo posible, e intentar "alegrarle" durante su lesión... pero nos damos cuenta de que él no es feliz con esa vida. Descubrimos que Lisa es tan absolutamente perfecta que Jeff no ve ninguna opción de que esa relación llegue a buen puerto, ya que pertenecen a dos mundos totalmente opuestos, y que él cree que es imposible unificar.

James Stewart es este "voyeur" que, cada vez, se encuentra más absorto por lo que ocurre en el vecindario que en su propia vida, anodina y paralizada debido a la rotura de una pierna en unos asfixiantes días de calor. Era la segunda colaboración del actor con Hitchcock, seis años después de "La soga" (1948), y además de una de las intrigas más apasionantes y repetidas de la historia del cine pudimos disfrutar de la química y el encanto de una pareja apasionante como la formada por Jimmy y una candorosa Grace Kelly, antes de reinar en Mónaco.

Stewart se convirtió en el héroe perfecto para el cine de Hitchcock, porque representa a un tipo corriente en situaciones extrañas que hace fácil que comprendamos los dos sentimientos favoritos del gordo malévolo: miedo y angustia. El miedo real causado por la violencia lo expresa James a la perfección en la pelea frenética que hay al final de "La ventana indiscreta". Esos planos brillantemente encuadrados y montados, en los que Raymond Burr lo arroja desde su propia ventana, no han sido superados cuando se quiere mostrar en pocos segundos el dolor y el terror más desbordantes.

También los beneficios económicos de su trabajo con Hitchcock fueron mucho más allá de lo que James se hubiera esperado. A finales de 1989 Los Ángeles Times informaba que las ventas para teatro, televisión y videocasete de “La ventana indiscreta” habían hecho unos 12 millones de dólares en los últimos años de exhibición fuera de la gran pantalla. En 1990 James todavía seguía cobrando tanto por los derechos que tuvo que ser el Tribunal Supremo usamericano quien le sentenciara a compartirlos con el autor legal de la historia.

Con una trama sencilla y cercana a todos los espectadores, Hitchcock consigue introducirnos en la paranoia del protagonista e incluso nos hace partícipe de ella. Nunca se ha retratado mejor en el cine el voyeurismo como se hizo en esta película. La efectividad de un genio que fue capaz de en sólo una película enganchar al público con una historia ágil, popular y en permanente tensión, satisfacer a la crítica con un ejercicio prodigioso de puesta en escena y trascender a nivel iconográfico en la cultura popular llevando a otro extremo el concepto de matar el tiempo en una noche tórrida de verano. Una jugada maestra de Alfred Hitchcock.

Nacho Gonzalo

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