In Memoriam: Diane Keaton, luz, elegancia y personalidad

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Querido Teo:

Ha caído como un jarro de agua fría la noticia de la muerte de Diane Keaton a los 79 años. Una actriz, capaz de ser brillante en el drama y magistral en la comedia, que rompió moldes y se convirtió en un icono de libertad y autonomía alejándose de clasicismos y rompiendo corsés. A ello contribuyó sobremanera "Annie Hall" (1977) que le dio el Oscar a la mejor actriz pero que también le hizo trascender a la cultura popular y social de la época en unos años de cambio, reivindicación e independencia que más tarde derivarían en empoderamiento haciendo gala de una autenticidad magnética. Al margen de todo ello es una de las actrices más representativas de la década de los 70 dando buena muestra de ello el ser junto con Faye Dunaway y Katharine Hepburn la actriz con más títulos en la lista de las 100 mejores películas según el American Film Institute (AFI).

Nacida en California el 5 de enero de 1946, Diane Keaton fue la mayor de cuatro hermanos. Su padre Jack Hall (1921-1990) era ingeniero civil y su madre Dorothy Keaton (1921-2008) era ama de casa y fotógrafa aficionada. Su primera ambición para convertirse en actriz, vino tras triunfar su madre en el concurso de "Sra. Los Ángeles" para amas de casa. Keaton, afirmó que la parafernalia del acontecimiento la inspiró a hacerse actriz de teatro pero no dudó en señalar también a Katharine Hepburn, a través de la autonomía e independencia de sus papeles, como todo un referente.

Tras algunos escarceos en la etapa de secundaria con el mundo artístico participando en clubes de canto y actuación (entre ellos interpretó el papel de Blanche Dubois en una producción escolar de “Un tranvía llamado Deseo”), tras la graduación asistió a la Universidad de Santa Ana y al Orange Coast College para estudiar Drama pero se retiró después de un año para buscar una carrera en el mundo del espectáculo en Manhattan.

Al unirse a la Actors' Equity Association adoptó el apellido de Keaton, el nombre de soltera de su madre, porque ya había una Diane Hall registrada. Comenzó a estudiar actuación en el Neighborhood Playhouse en Nueva York y, en 1968, Keaton se convirtió en una suplente en la producción original de Broadway del musical “Hair”.​

Ganó cierta notoriedad por su negativa a desvestirse en las partes del musical en que el elenco entero actuaba desnudo, aunque la desnudez en la producción era opcional para los actores (y los que actuaron desnudos recibieron un bono de 50 dólares).

Tras actuar en “Hair” durante nueve meses se presentó a la prueba de actores para un papel en la producción de Woody Allen “Play it again, Sam” aunque casi fue descartada por ser cuatro centímetros más alta que el director que la convirtió en su primera musa. Consiguió su única nominación al Tony en 1969 y comenzaba un recorrido para autor y actriz tanto en lo profesional como en lo personal que llevó a que Woody Allen dijera de ella: "Hay gente que ilumina una sala al entrar, Diane ilumina todo un bulevar".

Debutó en el cine con “Amantes y otros extraños” (1970) que le sirvió de trampolín para uno de esos papeles que empiezan a definir una carrera. Fue Kay Adams en “El padrino” (1972), la mujer detrás de Michael Corleone repitiendo en las dos siguientes películas de la mano de Al Pacino, enamorándose ambos perdidamente tras el rodaje de la segunda entrega.

Un personaje testimonial pero que terminaba siendo el espejo de la amoralidad y la resignación abriendo los ojos a un mundo de corrupción y crimen y sufriendo el conformismo de verse atrapada en una red de amor derivado en decepción dejando atrás la ingenuidad del comienzo como bien muestra esa mirada sostenida en la distancia entre las puertas que se cierran.

Su plano final en la primera película no deja de ser una declaración de intenciones y un impulso para que su personaje cobrara más presencia y poso en las siguientes entregas. Una luz de esperanza como ilusión quimérica frente a la amargura propia de la negritud moral y la despiadada criminalidad asociada al clan Corleone.

Empezaba a prosperar en la industria su catalogación de excéntrica pero eso no era muestra más que de una decidida personalidad con la que Woody Allen lograría un tándem cómico inolvidable a lo largo de ocho películas. Llegarían “Sueños de un seductor” (1972), versión cinematográfica de la obra que les hizo conocerse en el teatro y que dirigió Herbert Ross, “El dormilón” (1973), como Luna Schlosser en esta delirante comedia futurista, o “La última noche de Boris Grushenko” (1975) en la que brillaba como Sonja, la ingeniosa esposa del antihéroe ruso.

Una colaboración que llegará a su punto álgido con "Annie Hall" (1977), una "autobiografía" sobre el fracaso de una historia de pareja a partir de la relación que mantuvieron ambos entre 1970 y 1971 llena de idas y venidas como prolegómeno de una duradera amistad basada en la admiración mutua y que dio rienda suelta a una gozosa creatividad artística.

Allen escribió el guión como una versión idealizada de la propia actriz a través de una personalidad neurótica, torpe, autocrítica y estrafalaria, añadiéndole sus característicos manierismos, su inconfundible ropa entre lo “chic” y lo excéntrico, y con el guiño de que Hall sea en realidad el apellido original de la actriz.

La interpretación de Diane Keaton fue calificada de desmañada, autoburlona y hablando en simpáticos pequeños torbellinos de semilógica que harían que Woody Allen calificara su actuación como "un ataque de nervios a cámara lenta". A través de un personaje que depuró a lo largo de su carrera convirtió la neurosis en humor y la extravagancia en elegancia.

Su vestuario se convirtió en ejemplo liberador y consistía en la ropa pasada de moda masculina, incluyendo las camisas, las corbatas, los chalecos, los pantalones holgados y los sombreros estilo fedora. Un nuevo estilo frente a imposturas y clasicismos que fue adoptado por muchas mujeres desde entonces como símbolo de definición. Un trabajo que le valió el Oscar a la mejor actriz (también el Globo de Oro y el Bafta) demostrando que pocas actrices han sabido reírse de ellas mismas tan bien como la propia Diane Keaton creando un rol de mujer independiente, neurótica, libre e inteligente que no se avergonzaba de todo ello.

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La siguiente película tras el Oscar, y con Hollywood a sus pies representando una corriente de aire fresco, exploró el drama con “Buscando al señor Goodbar” (1977). Keaton siempre se definió como una actriz hecha a medida para la comedia pero brillaba en todos los campos como en la adaptación de la novela de Judith Rossner en la que daba vida a una maestra católica para niños sordos que vive una doble existencia, pasando noches frecuentando bares y buscando sexo casual. Un papel arriesgado y controvertido en el que la actriz se intereso por todos los matices psicológicos que el mismo implicaba.

Antes del cambio de década Diane Keaton asentó su relación profesional con Woody Allen con la bergmaniana “Interiores” (1978), dando vida a una poeta ahogada en un drama familiar, y “Manhattan” (1979) como una crítica literaria envuelta en un triángulo amoroso con Allen y el personaje de Meryl Streep.

En esos años su corazón fue de la mano de Warren Beatty con el que acentúo un compromiso político que cobraría forma fílmica en “Rojos” (1981), proyecto acariciado por Beatty durante varios años y que tuvo una complicada y agotadora producción. Toda una declaración de intenciones el hacer un biopic del creador del partido comunista en plena ola reaccionaria del gobierno de Ronald Reagan.

En “Rojos” Diane Keaton daba vida a Louise Bryan, periodista y agobiada ama de casa que, en 1917, huye de su marido para trabajar como reportera en la guerra civil rusa con John Reed, un periodista radical del que acaba enamorada. Hermosa, egoísta, divertida y motivada fueron algunos calificativos que se llevó la actriz por uno de los trabajos cumbre de su carrera, lleno de complejidad y que le obligaría a no desfallecer ante el volteo emocional del mismo durante su concepción, y que le brindaría su segunda nominación al Oscar.

Alan Parker le brindó uno de los papeles más dramáticos de su carrera en “Después del amor” (1982) como una madre de cuatro hijos que es abandonada por su marido por una mujer más joven tras ofrecer al mundo una fachada de apariencia perfecta como la típica pareja culta y liberal, producto de la revolución de los años sesenta. 

Esas críticas no estuvieron de su lado en “La chica del tambor” (1984), adaptación a cargo de George Roy Hill de la novela de John Le Carré en la que daba vida a una joven actriz norteamericana partidaria de la causa palestina a la que ofrecen un suculento contrato para rodar en Grecia un anuncio para la televisión. Todo hasta que descubre que el grupo es en realidad un comando israelita que pretende reclutarla para que luche junto a ellos.

Después vendrían “Mrs. Soffel, una historia real” (1984) de Gilliam Armstrong y “Crímenes del corazón” (1986) de Bruce Beresford. En la primera era la esposa del alcaide que intenta reconfortar a dos condenados a muerte por asesinato llevándoles la palabra de Dios hasta que se enamora de uno de ellos (Mel Gibson) y en la segunda era una de las tres hermanas (las otras eran Jane Fonda y Sissy Spacek) que intentan reconectar tras años de distanciamiento y vidas dispares.

“Baby, tu vales mucho” (1987) marcaría el inicio de una relación de cuatro películas con la directora Nancy Meyers. En ella interpreta a una mujer de carrera de Manhattan que repentinamente se ve obligada a cuidar un bebé recién nacido que le deja en legado su primo. Una delicia era volver a ver a Diane Keaton luciéndose en la comedia en un género en el que siempre destiló improvisada espontaneidad.

Haría un cameo para Woody Allen como cantante en una fiesta de Año Nuevo en “Días de radio” (1987), permitiéndose la actriz dar rienda suelta a una de sus pasiones que intentó cultivar sin éxito a finales de los 70 cuando quiso grabar un álbum de canciones como solista que no se materializó.

La década terminaría con el fiasco de “El precio de la pasión” (1988) de Leonard Nimoy, melodrama romántico sobre una mujer divorciada que se mueve entre su trabajo en un laboratorio, sus clases de piano y el cuidado de su hija Molly, a la que procura educar de manera liberal y armoniosa. Todo ello hasta que Leo Cutter (Liam Neeson), un artista irlandés, irrumpe en su vida. Todo un fiasco económico que tan poco mejoró “Las Lemon Sisters” sobre tres amigas que trabajan en un bar de Atlantic City cantando canciones de la década de los sesenta.

En un paralelismo con la Katharine Hepburn de antaño, Diane Keaton supo alternar personajes más ligeros con otros dramáticos derivando con suma facilidad a mujeres maduras o madres de familia que no necesitaban de soflamas para demostrar su personalidad y compromiso. De ello dio buena cuenta “El padre de la novia” (1991), una de esas comedias ingeniosas en las que todo funciona y que conservan una cautivadora inocencia alejada de cinismos. Un éxito que repetiría de nuevo junto a Steve Martin cuatro años después.

Diane Keaton, en una prueba de amistad, lealtad y complicidad, acudió al rescate de “Misterioso asesinato en Manhattan” (1993) en la que sería su octava y última colaboración con Woody Allen. Su papel estaba destinado para Mia Farrow (la segunda musa oficial de la carrera de Woody) pero su tormentosa y escandalosa ruptura hizo que Diane Keaton se quedara con el papel de una ama de casa que fantasea con montar un restaurante y que está convencida de que su vecino ha matado a su esposa, obsesionándose con ello como vía para salir de su rutina.

El tándem cómico formado por Woody Allen y Diane Keaton arrollado por la sospecha generada en su mismo descansillo es impagable creando una de las películas más estimulantes y gozosas del genio neoyorquino a través de una descacharrante investigación en un ejercicio lleno de energía, ritmo e ironía que deja secuencias tan perfectas como inolvidables (la de la llamada mediante cintas de casete es sólo una de ellas) dando rienda suelta a todos los recursos de un Allen que, sin tener en ella a una de sus películas más respetadas por la crítica, sí que es una de las más queridas por el público por esa combinación de clase y precisión cómica entre el thriller y la comedia siendo, además, toda una delicia para aquellos que se habían enamorado años atrás de la pareja formada por ambos en “Annie Hall”.

“El club de las primeras esposas” (1996) se convirtió en todo un éxito inesperado y en fiel precursora del llamado empoderamiento femenino antes de que se conociera el término. Un club de mujeres de mediana edad que habían sido abandonadas por sus maridos en el favor de mujeres más jóvenes que Diane Keaton capitaneaba junto a Goldie Hawn y Bette Midler en el que era todo un canto de reivindicación, libertad y sororidad a ritmo de ese número final impagable de You don’t own me con el que muchos han decidido despedir estas horas a Diane Keaton y que no hacía más que asentar su estatus para la comedia.

Pero Diane Keaton también seguía demostrando su talento dramático en “La habitación de Marvin” (1996) que le brindó su tercera nominación al Oscar como una mujer que sufría leucemia tras una vida dedicada a un padre enfermo y suponiendo el reencuentro de dos hermanas tras un pasado tormentoso. En el reparto le acompañaban Meryl Streep, Leonardo DiCaprio y Robert De Niro.

En esa década también la vimos como la aviadora pionera en el telefilm “Amelia Earhart: El vuelo final” (1994) y formando parte de los repartos de “No te mueras sin decirme adiós” (1997) de Peter Masterson y “Aprendiendo a vivir” (1999) de Garry Marshall.

La década de los 2000 empezó reencontrándose con Warren Beatty en la trasnochada “Enredos de sociedad” (2001) pero en general no estuvo a la altura del estatus conseguido por Diane Keaton años atrás. La excepción fue “Cuando menos te lo esperas” (2003), deliciosa guerra de sexos que le brindó una cuarta nominación al Oscar (y su segundo Globo de Oro como colofón a las nueve nominaciones que tuvo a estos premios).

Allí daba vida a una dramaturga de mediana edad en crisis y que parece que ya ha abdicado del amor pero que forma un tándem memorable junto a Jack Nicholson reivindicando la pasión y el deseo en una comedia otoñal de Nancy Meyers en la que Keanu Reeves era un joven médico con el que se formaba un triángulo amoroso.

Una película que, a pesar de su extenso metraje para el género, tiene pocos peros siendo baluarte de pasión y esperanza en cualquier edad. El trabajo de Nicholson y Keaton, con una química impagable, pasando del desdén inicial a la complicidad más pura, elevaba uno de esos trabajos que con dos de los mejores actores de todos los tiempos en estado de gracia alcanzaba la gloria. Algo que los Oscar aprovecharían unos pocos años después para que ambos entregaran el Oscar 2007 a la mejor película a "Infiltrados". Además queda el gesto de que Nicholson se encargara de pagar la diferencia salarial entre ambos impuesta por el Estudio al considerar a Nicholson más estrella.

Ya en la madurez Diane Keaton decidió, ante todo, pasárselo bien con su trabajo sin miedo a lo que pensaran de ella. Ya no tenía nada que demostrar. De ahí la sucesión de títulos, algunos más alimenticios que otros, pero todos con la clase y personalidad que les imprimía Diane Keaton haciendo perdurar el personaje de mujer madura tan excéntrica y chillona como libre y entrañable que, fuera de la pantalla, siempre lucía una sonrisa como símbolo de reafirmación despreocupada.

Durante su carrera Diane Keaton hizo gala de representar a la mujer decidida pero vulnerable, libre e imperfecta, insegura pero desacomplejada. "No necesito parecerme a nadie. Nunca sentí la necesidad de encajar, y cuando por fin lo acepté, todo se volvió más fácil. Me visto como quiero, río cuando me da la gana y no pido permiso para ser quien soy". Las palabras de una mujer intransferible y no creída que antepuso su dignidad e ideales a cualquier boato o concesión marcada por Hollywood.

“La joya de la familia” (2005), “¡Porque lo digo yo!” (2007), “Tres mujeres y un plan” (2008), “La madre de él” (2008), “Morning glory” (2010), “¡Por fin solos!” (2012), “La gran boda” (2013), “Así nos va” (2014), “Ático sin ascensor” (2014), “Navidades, ¿bien o en familia?” (2015), “Una cita en el parque” (2017), “Book Club” (2018), "Mejor que nunca", “Amor, bodas y otros desastres” (2020), “Con canas y a lo loco” (2022), “Sí, quiero… o no” (2023), “Book Club: Ahora Italia” (2023), “Siempre jóvenes” (2024) o “Campamento de verano” (2024) fueron algunos de esos títulos que no se recordarán pero que ya son algo más de lo que habrían sido al tener en ellos a Diane Keaton ya que como bien dijo la Academia de Hollywood en su despedida en redes: "Algunos actores interpretan emociones. Diane Keaton vivía dentro de ellas".

Uno de sus papeles más memorables de los últimos años fue el de la hermana Maria en “The young Pope” (2016), la proeza seriéfila de Paolo Sorrentino en la que era una monja poco convencional que había ejercido como madre adoptiva del Lenny Belardo encarnado por Jude Law. A destacar como también protagonizó por sorpresa el videoclip del sencillo Ghost (2021); interpretando a la abuela del cantante Justin Bieber del que ya se había declarado fan años atrás.

Su curiosidad le hizo probar suerte en la dirección debutando en este campo con el documental “Heaven” (1987) donde planteaba sus dudas en el Más Allá siendo una mujer criada en la religión (especialmente la metodista) y que de niña se interesó por la misma porque quería ir al cielo aunque con el paso de los años se declaró agnóstica.

Otros trabajos en este campo fueron un capítulo de “Twin Peaks” (1991) y películas como “Héroes a la fuerza” (1995) y “Colgadas” (2000), adaptación de de la escritora neoyorquina Nora Ephron. Además de cantante ocasional en sus inicios, y apasionada de la Historia y la Arquitectura, también publicó varias colecciones de fotografías y estuvo activa en campañas con Los Ángeles Conservancy para salvar y restaurar edificios históricos de la ciudad californiana.

También escribió varios libros de memorias como su autobiografía, "Ahora y siempre" (2011), en paralelo a la propia historia de su madre y en la que se confesó abiertamente sobre sus amores y su vida terminando las mismas de esta manera "si la belleza está en los ojos de quien la mira, ¿significa eso que los espejos son una pérdida de tiempo?". Un trabajo que completaría con "Let's just say it wasn't pretty" (2014) y "Brother & sister" (2021), en la cual se adentraba en la relación con su hermano afectado toda la vida de una enfermedad mental.

En su vida personal se mantuvo soltera, en lugar de la abnegada madre de familia que mandaban los cánones, aunque los mentideros dicen que el hombre de su vida había sido Al Pacino con el que tuvo una relación intermitente a lo largo de los años desde el rodaje de “El padrino”, con el que hubiera querido casarse y tener hijos siendo Pacino el que rehuía todo compromiso, y que derivó en una gran amistad al igual que con sus otras dos parejas más relevantes como fueron Woody Allen, que conectó con ella por su sentido del humor y que la ha recordado así en un ensayo para The Free Press del que se hacen eco Variety y The Hollywood Reporter, y Warren Beatty, cuya relación quedó truncada tras el agotamiento que les supuso el rodaje de “Rojos”.

Ya con 50 años, y tras la muerte de su padre, Diane Keaton adoptó a dos niños; Dexter (en 1996) y Duke (en 2001). Los crío sola como un ejemplo más de un carácter feminista y liberador que se demostró con hechos y con su coherencia vital más allá de cualquier soflama o gesto para la galería. 

Hollywood la quería y así lo demostró en la gala homenaje del American Film Institute (AFI) en 2017 con muchos recuerdos y anécdotas de sus compañeros y amigos que, al igual que los espectadores, siempre la vieron con simpatía y admiración. Cerró el acto un Woody Allen (que tras los Oscar de 2002 en los que se homenajeó a la ciudad de Nueva York rompió por segunda vez su norma de no acudir a una entrega de premios) con esta declaración: "Gran parte de lo que yo haya conseguido en mi vida, se lo debo, sin duda, a ella". Por siempre quedará para todos los que la vimos en pantalla su expresiva mirada, su hermosa sonrisa, su ingenio agudo y su risa deliciosamente contagiosa que transmitía honestidad, calidez y alegría de vivir.

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Nacho Gonzalo

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